Al abrir la puerta de calle el frío de la mañana lo sacudió, dejó que la puerta se cerrara sola y se encaminó a la calle.
Poca gente a esa hora temprana lo vio caminar con parsimonia por cuatro cuadras hasta llegar al "Café de Tito". Entró como todas las mañanas empujando la puerta vaivén y se acomodó en la mesa junto al ventanal mirando a la calle. Mirando es un modo de decir porque en verdad era poco lo que se podía divisar a través del vidrio que no había sido limpiado vaya uno saber desde cuándo.
Allí dentro encontró algo de confort, el ambiente estaba tibio al contrario del humeante café que le sirvió automáticamente el empleado que regenteaba el lugar.
Una ceremonia diaria que el muchacho tenía incorporado a su rutina tempranera.