Nuestro último café

No hay olvido

Nuestra última cita, solo para charlar,
nada más? y después qué?
la excusa un café, para no adormilar,
el lugar era frío, nada acogedor,
como presintiendo el final.

Te sentaste frente a mí, no a mi lado,
tu boca. . .
esa boca que mil veces he besado,
balbuceó unas palabras,
yo absorto te miraba y no entendía.
El negro azabache de tu pelo,
resaltando tus bellos ojos,
imperceptible tu mentón se estremecía,
y tu cutis sonrojado no por amor abrasado,
sino por desconocida pesadumbre,
debieron prevenirme.

La luz y los sonidos se eclipsaron
esfumáronse las imágenes,
una sigilosa azafata dejó humeantes cafés,
y no lo notamos.

Te miraba sin ver, te escuchaba sin oír.
Mientras un vacío enorme se adueñaba de mí,
frío y calor juntos aceleraban mi corazón
quise tocarte, abrazarte, no pude, te deje ir.

Te fuiste, así de repente y quedé solo,
sin reacción, ahogado en mi congoja,
hueco por dentro y mi amor destrozado.

Recorrió mi espalda un frío sudor,
rostro y pecho empapáronse,
tomé el pañuelo y me seque los ojos,
ciclópeo, observándome detrás del ventanal,
lívido y avergonzado bajé la vista.

De pronto, a través del cristal
un haz de luz se coló y alumbró la mesa;
el gigante me sonreía,
sosegó mi espíritu y encauzó mi corazón.
Fue un soplo de vida que se adentro en mí,
volvió la sangre a fluir liberando mis músculos,
se relajó mi alma, sentí alivio y sonreí.

En se momento supe que, a pesar de todo ,
un gran dolor y una gran herida,
perduraran remotamente cicatrizados
en la conciencia muy lejos del corazón.
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