Historias para mi nieta

Capítulo 2

EL PUEBLO

Después de despedir a mi nieta me recosté en el sillón del living con la intención de ver algo en la tele,  pero me quedé pensando en mi pueblo.

Cuanto tiempo ha pasado, los recuerdos, borrosos en mi memoria, luchan por hacerse visibles.
El ferrocarril lo dividía en dos y esa división se acentuaba por la rivalidad de los dos clubes, uno en cada lado de las vías.
Del lado este del pueblo estaba el frigorífico, el club "los triperos", los bares, el hotel, un cine, la escuelita, la comisaría , el sanatorio y el hospital.
En el oeste el club "los empolvados", el molino harinero, un cine, la Unión Telefónica, la usina eléctrica, la plaza, el juzgado de paz y la escuela grande.

Las calles de tierra con cunetas a los lados, la imagen del camión regador por las tardes y el olor a tierra mojada me dan no se qué, ternura, nostalgia, que se yo. Los chismes de barrio- donde se inventaban ó se sacaban conclusiones de situaciones cotidianas- iban de boca en boca alentados por el vecino ó la vecina chismosa. La sillas en las veredas y los grandes sentados mirando los chicos jugar en la calle en las tardecitas primaverales eran la típica postal pueblerina.

Recuerdo los estíos donde los bares siempre estaban llenos. La cita obligada era pasear por el bulevar para después ir a comer unas ricas pizzas en lo de Chirlo, luego ir al cine ó al bailable en cualquiera de los clubes. Los bailables gratis de los domingos eran antológicos. Se veía a la gente trasladarse de un club a otro durante la noche y divertirse en los dos lados.

En una época durante varios años competían ambos clubes con bailes con orquestas importantes -Típicas, características y jazz-de Buenos Aires todos los sábados. Hasta que debieron dejar porque, a pesar de que se llenaba, los costos eran tal altos que casi van a la quiebra. La gente iba bien vestida y los hombres debían llevar saco, aún en verano, sino no podían bailar. Ninguna chica que se preciara tenía el permiso de su madre-que la acompañaba-para bailar con alguien sin saco. Había un espíritu festivo, alegre, y con un derroche no común con los pueblos vecinos. Mucha gente se amanecía en las mesas de los bares y se confundían con los que madrugaban para ir al trabajo o al estudio. La vida era tranquila, nos conocíamos todos y nos saludábamos cuando nos veíamos por la calle. El saludo era moneda corriente obligatoria ,y no quedaba bien no saludar. Lo hacíamos siempre, aún de vereda a vereda . Extraño el andar cansino, las pausas, el mirar el cielo, contemplar las estrellas, actos casi involuntarios de los habitantes del pueblo.

Se van los recuerdos envueltos en el halo romántico de la juventud perdida y debo volver a la realidad, a mi vida de ciudad, sus ruidos, la inseguridad y el paso apresurado del individuo anónimo.

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