Hoy estoy sentado en la cima de la montaña, no me siento viejo, pero algo cansado sí.
Miro hacia abajo y veo el pueblito de mis comienzos. Fueron años de mucho andar por caminos polvorientos, zigzagueantes, cuesta abajo ora cuesta arriba.
Muchos km de tierra, luego el asfalto. Rutas de una de ida y una de vuelta. Muchos errores y algunas veces debimos retroceder y volver a empezar.
Miles de kilómetros más y llegamos a hoy. Nos encontramos en una moderna autopista, grande, iluminada. Tenemos un andar sereno, seguro y confiable.
Pero para que esto fuera posible la tuve que remar, y remar fuerte.
Ahora que lo pienso esto por más suerte que haya tenido no lo pude hacer solo.
Y es justo decirlo que se lo debo a dos mujeres muy especiales en mi vida.
La primera, quizás la mujer símbolo de mi personalidad, mi madre, ella me lo dio todo. Me dio la vida y el amor sublime de toda madre. Gracias a ella crecí, estudié y me desarrollé como persona. Faltan las palabras para definirla, y no tendría el tiempo y las inteligencia para describirla.
Cuando la ruta se hacía incierta apareció la segunda la que a la postre sería ( por suerte) mi compañera de ruta.
Con nombre de flores y una calidez que aún perdura supo acompañarme y apuntalarme cuando fue necesario.
Recuerdo nuestros comienzos, que fueron duros, empezamos con nada. Bueno con nada yo, ya que ella tenía guardado como el más preciado tesoro su ajuar con infinidad de sábanas, toallas y toallones. Era su tesoro logrado en muchos años de ahorro y perseverancia.
Juntos, trabajando cada uno por su lado, aportando pesos tras pesos para el sueño compartido: La casa propia.
La ruta se hacía cuesta arriba, era difícil pero no imposible y seguimos. A mí me daba fuerzas su acompañamiento. Siempre me levantaba muy temprano por las mañanas para ir a trabajar, y después del baño, ella estaba con el desayuno esperándome.
Invariablemente tenía el traje y la comisa limpia y planchada. Los zapatos relucientes daban el broche distintivo de mi buena presencia .
Cuando llegaba a casa, luego de agotadora jornada de labor, me esperaba lista con la comida de la noche. No lo supe antes, pero lo sé ahora, eso fue lo que me mantuvo y alentó a seguir a pesar de pocas horas dormidas y el cansancio lógico del que trabaja lejos de su casa.
Gracias a un préstamo logramos comprar la casa, dejamos la de mi madre y empezamos nuestra ruta solos.
Mi compañera además de la casa trabajaba ocho horas diarias, lo que no le impedía ocuparse de mí.
Luego vino nuestro hijo, el hijo deseado y con nombre mucho antes de concebirlo: Carlos María.
Recuerdo que de noche siempre a fin de mes, cuando cobrábamos nuestros respectivos sueldos, nos poníamos a hacer cuentas, separar el dinero para pagar deudas y determinar el sobrante.
Con el excedente calculábamos la cantidad que nos quedaría y de acuerdo con él definíamos que cosa comprar ese mes. Nos faltaba de todo y debíamos ir paso por paso.
Cuando Carlitos tenía más o menos dos años, más precisamente el día que lo vi que alcanzaba con su manito -estirándose- el picaporte de la puerta de la cocina que daba al patio, me dije :-Tengo que hacer algo.
El nene crece y no podremos darle todo lo necesario.
Y es así que decidí estudiar en la facultad.
Ahí empieza la cuesta arriba en la ruta, aumentan las dificultades. Llegó un momento que me levantaba a las cinco de la mañana para tomar el colectivo a las 6hs ya que tenía que estar en mi puesto a las 7 de la mañana. Trabajada hasta las l4 o 15 hs y seguía viaje hasta la facultad. Para volver a casa tenía dos colectivos uno a las 22, 30 hs y el otro recién a las 0,20 de la madrugada.
Por lo general al de las 22,30 lo perdía y debía esperar en la terminal de ómnibus hasta esa hora.
Llegaba a casa a eso de 1,40 y veía a mi hijo durmiendo. A veces lo trataba de despertar para saludarlo, pero el seguía durmiendo.
Lo veía los sábados y domingos y por ese motivo tampoco podía dormir mucho ya que quería dedicarle tiempo para jugar con él.
La cosa no podía seguir así , se me dio una oportunidad y cambié de trabajo. Mi situación laboral y económica mejoró. Al poco tiempo nos mudamos a la ciudad y mi esposa dejó de trabajar.
Al estar en la ciudad y cerca de la facultad pude adelantar en mis estudios y al fin logré recibirme.
La vida siguió su curso, la seguimos remando y hoy al final de la ruta disfrutamos de la alegría de nuestro hijo y su familia. Tenemos dos nietos y pensamos en ellos y solo deseo que tengan la misma suerte que yo.
La suerte de encontrar una compañera para ir por esa ruta que es la vida, con sus altibajos, con sabores y sinsabores, con dolor y con felicidad. Todo eso y más, pero juntos.
Mi compañera con nombre de flores: Rosa Margarita y con esa calidez intactas ha hecho posible lo imposible, la remontada de la adversidad y la llegada a la cima.
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